Demasiadas neuronas

Desde hace unos años vivo en Rennes, al noroccidente de Francia.

Uno encuentra en esta ciudad algunos burgueses de alta alcurnia y una buena cantidad de obstinados militantes de izquierda. Los primeros no llaman mucho la atención pues succionan la vida nocturna de la ciudad en la comodidad de costosos restaurantes subrepticios o en el silencio de sus casas campestres. Los segundos se caracterizan por padecer una condición bastante corriente por estas latitudes: la necesidad compulsiva de protestar prácticamente por cualquier cosa, e incluso ―o sobre todo― cuando no saben muy bien por qué.

Ubicados en el medio de estos dos grupos están los hippies, que conforman el sector más palpable de la vida nocturna en Rennes. La mayoría son estudiantes entre los veinte y los treinta años a los que nunca les han faltado los medios para mandarse hacer las rastas en una peluquería cinco estrellas o para comprarse una buena variedad de anchos ropajes con los colores de la bandera de Jamaica. Comparten con los militantes de izquierda su rasgo más característico: el no poder dejar de quejarse. Es una compulsión irremediable, casi una obligación social. Salir de rumba en Rennes y no esbozar una queja con tintes políticos en algún momento de la noche expone a la luz pública una viciosa enfermedad: la total carencia de conciencia social. Es gravísima, aquí en Rennes.

Afortunadamente, la estrategia para prevenirla es sencilla:

Primero, redacte una lista rigurosa de todo lo que marcha mal en el mundo y prepárese para recitarla con aire de importancia, mientras se fuma veintinueve cigarrillos y se toma seis cervezas de seis euros cada una.

Segundo, reúnase con sus amigos y comience hablando de lo podrido está el clima (quel climat pourri!), antes de abordar su lista con total confianza en sus palabras, así no conozca el significado de todas, sin olvidarse de citar en todo caso los logros inigualables de la revolución de mayo del 68.

Tercero, ya entrada la noche, alegue que las riquezas están mal distribuidas y que el tercer mundo necesita de más Hugos Chávez, mientras paga con su tarjeta Visa Gold el equivalente a un tercio del salario mínimo colombiano.

Hacia la una de la mañana, cuando los bares cierran, despídase de todos pero no se vaya: asegúrese de quedarse hablando dos horas más con otro hippie también inspirado, como usted, por los argumentos políticos de Dionisos. Finalmente, devuélvase a su casa caminando en zigzag, contento de haber invertido su noche en algo útil como discutir sobre cómo salvar el mundo, en lugar de haberla desperdiciado en pasar un buen rato.

Ahora, si para cerrar la noche no quiere abordar el tema de la repartición de riquezas, elija otro del vasto cardumen de reincidencias que empaña toda discusión nocturna de Rennes y, en general, de Francia: el presidente, el sistema de salud, el maldito capitalismo, el bendito socialismo, el sucio imperio norteamericano, la situación de pobreza en los países del sur (no importa cuáles, desde que queden en el sur son países pobres), el alza del tabaco y el alcohol, la regularización de los inmigrantes ilegales, etc.

Si no sabe qué más decir, vuelva al clima: siempre funciona. El clima de Rennes es difícil de asimilar para los franceses porque no es predecible. Aquí gustan las cosas predecibles, y así es la vida nocturna en Rennes.

Si, por otro lado, no soporta que sus noches de esparcimiento se infecten de política y pretensiones de superioridad moral, vaya a un concierto: Rennes, y la región de la Bretaña en general, ofrece infinidad de eventos en donde la música es el alma de la fiesta. Los géneros de la región están salpicados de herencias celtas fusionadas con elementos contemporáneos. La visita de grandes bandas internacionales no es una sorpresa. En general, la gama de conciertos de alta calidad es muy amplia, y eso es lo que más me gusta de la vida nocturna de Rennes; pero no hablaré más del asunto porque me alejaría del tema de esta edición.*

Solo diré una cosa más: en los conciertos la cerveza es igual de abundante que en los bares del centro de la ciudad, pero su efecto es más positivo porque aplasta las neuronas en lugar de estimularlas.

*Pubicado en la Revista Arte Libertino en 2008.

Imágenes:
Gallo: [brett walker]
Mosca: minαs
Queens of the Stone Age en Nantes: yo

Comments
2 Responses to “Demasiadas neuronas”
  1. Anonymous dice:

    La queja constante entre los jóvenes en la ciudad provinciana donde usted reside permite ver que ud. se encuentra en una sociedad rica, pretenciosa y rebosante en decrepitud y anquilosamiento. Eso si le va muy bien al ateísmo y carencia de sentido que usted mismo promulga. Quédese allá. Aquí a los reinos católicos solo vuelva cuando encuentre necesario bautizar a sus hijos.

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