Melancholia, o las ventajas de la enfermedad mental

Están publicando por ahí que estamos en la Mental Health Awareness Week. ¿La semana por la consciencia de la salud mental? ¿La semana para recordar que hay un ente intangible e imposible de objetivizar llamado caprichosamente «salud mental» por un grupito de seudocientíficos?

Esta Mental Health Awareness Week encaja bien en esa tendencia tan popular hoy en día, tan políticamente correcta, de darle más importancia de la que se merece a una causa en su mayor parte ficticia. El mismo caso del movimiento antitaurino, a cuyos integrantes, también, les encanta darse importancia a sí mismos.

La salud mental es un concepto volátil y subjetivo. Pensándolo un poco, si algunos de los psiquiatras y psicólogos, supuestos profesionales encargados de velar por que prospere este falso ideal, pueden en teoría ser considerados como un modelo precisamente de salud mental, entonces tal vez deberíamos movilizarnos por el reconocimiento e implementación de una «semana de la enfermedad mental». Pero no una semana para crear consciencia de los peligros de las «enfermedades mentales» que tanto gustan y asustan a los seudocientíficos de la nueva era, sino para celebrar las ventajas de prescindir de lo que estos mismos payasos llaman, con aire de importancia, «salud mental». La semana se llamaría Mental Illness Advantages Awareness Week, o algo así.

El asunto de la salud mental es abordado con sutileza en la película más reciente de Lars Von Trier: Melancholia (de hecho, la reflexión que emprende, escéptica y lúcida, sobre la mal llamada «depresión», podría encajar perfectamente en el sistema de valores que habríamos de diseñar si nos decidiéramos a hacer prosperar esta nueva causa por el reconocimiento de las ventajas de la enfermedad mental). Recurriendo a un lenguaje estético absolutamente impactante, Melancholia explora las reacciones de diferentes personajes ante la llegada del fin del mundo. Desde las primeras imágenes se sobreentiende que, en efecto, el mundo se acaba en la película, y, pocos minutos más tarde, queda claro que ésto no es lo más importante de su historia. El tema del fin del mundo también suele recibir más importancia de la que se merece, pero no en Melancholia.

El personaje principal es Justine, una mujer que el día de su boda se ve embestida por esa tristeza irracional propia de la depresión y termina destruyendo, con sus actos socialmente inconvenientes, la posibilidad de acceder al ideal tradicional de felicidad que le ha sido destinado. Después, Justine, su hermana y su cuñado deberán hacer frente al hecho de que un planeta llamado Melancholia está a punto de chocar contra la tierra, destruyéndola por completo. La hermana de Justine siente un terror incontenible con solo pensarlo, mientras que su cuñado, un optimista desaforado, está convencido de que todo saldrá bien. Justine, por su parte, acepta el trago amargo que le presenta la vida ―el último y más amargo de todos― con sorprendente calma. Al final, es su melancolía la que previene que el armagedón que causará el planeta Melancholia aparezca como un hecho más trascendente de la cuenta. El fin del mundo significa morir, y ya… no hay más.

Y ahora que el fin del mundo está tan cerca (lo dicen todos aquellos que no están tratando de salvar a los toros con una hamburguesa de McDonald’s en la mano), la depresión de Justine viene como anillo al dedo para recordar que hay males irremediables intrínsecos al ser humano, como las supersticiones tontas (léase religión), la presunción de que existe un sistema de medición confiable para la «salud mental», el delirio de superioridad que lleva al hombre, en algunos casos, a querer salvarlo todo, y en otros, a iniciar guerras estúpidas (con perdón por el pleonasmo), y, posiblemente el más fastidioso de todos los males, el optimismo. Valga decir que el cuñado de Justine, el idiota optimista (con perdón otra vez), es el único que no soporta la noticia de que el fin del mundo es inminente. Al final, se suicida, cosa que un psiquiatra no habría podido anticipar, porque quienes presentan tendencias suicidas son los melancólicos y los depresivos, no los optimistas.

Todo esto me lleva a pensar que tal vez sí debería implementarse una semana para recordar las ventajas de la enfermedad mental, o Mental Illness Advantages Awareness Week, con el noble objetivo de salvar del inútil optimismo a todos aquellos que todavía navegan por los tempestuosos y lúcidos mares de la melancolía, la tristeza, la depresión, la angustia, el escepticismo, el pesimismo. Tal vez se logre de esta manera contribuir en algo para hacer de éste, un mundo mejor. O, a los ojos de la gente mentalmente sana, un mundo un poco peor.

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Imágenes:
Rune Guneriussen

Comments
One Response to “Melancholia, o las ventajas de la enfermedad mental”
  1. Ixo dice:

    ¿Qué tiene de malo ser optimista?, ¿Por qué subestima la labor de los psicólogos y psiquiatras? A pesar de que las experiencias son diversas, los procesos para dar fin a las patologías de la psiquis son los mismos, esto equivale a una objetividad anatómica, por lo tanto se puede hablar de salud mental.

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